
Guión: Edi Flehner
Intérpretes: Leandro Castello, Luz Palazón, Mercedes Scapola
Música: Guillermo Grillo
Duración: 87 minutos
Hay películas basadas en obras de teatro que son muy cinematográficas, como Enrique V de Kenneth Branagh o Macbeth de Orson Welles. También hay películas basadas en obras de teatro que son muy teatrales; porque no hacen uso de lo que la mayoría del público y los críticos piensan que son los recursos puramente cinematográficos y en cierta manera toman algunas cuestiones de puesta en escenas propias del teatro (en este sentido, gran parte de la comedia americana de la era clásica podría estar basada en obras de teatro, porque su funcionamiento estético es muy teatral). Una de las dos alternativas no debería ser a priori mejor que la otra, sino que tendríamos que pensar a las películas separadamente y de acuerdo a otras cuestiones más complejas para poder decir si la película es buena o mala. Sí es válido, en cambio, acusar a una película de querer ser lo que no podría ser nunca, de querer disfrazarse de otra cosa, de mentir. Rancho aparte miente, o al menos lo intenta.
La ópera prima de Edi Flehner está basada en una obra de teatro escrita por Julio Chavez, y el texto ahoga por completo a la película. Casi no hay película fuera de los tres protagonistas y del departamento donde se desarrolla la acción. A esto hay que sumarle la cantidad enorme de diálogo, y que dos de los protagonistas están todo el tiempo en pantalla. O sea que apenas ojeando la premisa narrativa de Rancho aparte nos damos cuenta de que estamos frente a una película que muy difícilmente pueda escapar de su carácter teatral; es decir, que no hay forma de darle a la película un aire un poco más cinematográfico sin caer en un conflicto estético del que será muy difícil salir bien parado. Acá está el error de Flehner, porque trata de meterle “cine” a una película que es cien por ciento teatro, y el resultado es una mescolanza, un rejunte de escenas largas de teatro con algún que otro momento más “cinematográfico”. Por ejemplo, cuando se cuenta un flashback varias veces, o cuando se cambia de una habitación a otra atravesando visualmente una pared, o los momentos del principio y el final con la voz en off. A esto habría que sumarle movimientos de cámara y planos forzados e insulsos, que no tienen por finalidad otra cosa que darle una pátina exagerada de cine a la película.

Parece que Edi Flehner sufre mucha culpa por las grandes dosis de teatro que hay en la historia, entonces trata de descomprimir la película injertando momentos que hacen un uso superficial y cómodo de algunos pocos recursos del cine. Estoy seguro que la película habría funcionado mucho mejor de no haber sido sometida a esa “cinematografización” bruta y acartonada; por lo menos estaríamos ante una obra coherente, con una forma y una historia en sintonía. Pero la película que es Rancho aparte no es más que un pegote desprolijo que no deja ver huella alguna de cine. Y además, es una película mentirosa.
Para ir terminando, Rancho aparte tiene dos cosas que me gustan. Una, que si bien la película le pega a la gente de Barrio Norte (nada nuevo) también le pega a la gente del interior, y mucho, algo que no suele verse para nada en el cine argentino, aunque se esté trabajando con estereotipos (un cine cuya corrección política no le permite atacar a la gente del interior del país debería generarnos una desconfianza muy grande). Y dos, y esto está relacionado con la obra original de Chavez; el fastidio que producen los personajes y sus conflictos (especialmente los dos que vienen del campo) se torna cada vez más insoportable porque en el guión casi no hay momentos de calma sino un in creciendo constante que se hace difícil de aguantar. La irritación que genera ver Rancho aparte en una sala de cine es algo poco común, y aunque sea algo buscado o no por la propia película eso efectivamente está y la convierte en un ejemplo raro de cine extremo, de experiencia masoquista límite. Lo digo sin ironía; creo la película invita muchas veces a que el espectador se vaya de la sala. Respeto la decisión arriesgada de Edi Flehner de hacer una película irritante e insoportable, y también la de los pocos espectadores que no se fueron hasta que terminó la proyección aunque la estuvieran pasando muy mal (no le pregunté a ninguno de ellos si la película les había gustado, pero es imposible que la estuvieran pasando bien, eso seguro). Por otra parte, no me gustan para nada las películas mentirosas: Flehner puede irse a robar a los caminos de Nogolí o como sea que se llame el pueblo ficticio de sus personajes.
