Dirección: Mark Osborne, John Stevenson
Guión: Jonathan Aibel, Glenn Berger
Intérpretes: Jack Black, Jackie Chan, Dustin Hoffman, Lucy Liu, Ian McShane, David Cross
Fotografía: Yong Duk Jhun
Edición: Clare De Chenu
Música: John Powell, Hans Zimmer
Duración: 91 minutos
Advertencia: si bien el texto habla mucho de Dreamworks y bastante poco de Kung Fu Panda, el autor piensa que todo lo malo que se dice del estudio es totalmente aplicable a la película.
¿Qué es el cine (infantil)? La verdad es que no hace falta comparar las películas de Pixar con las de Dreamworks para llegar a la conclusión de que las producciones animadas de Dreamworks, salvo honradas excepciones (como el largo de Wallace and Gromit) representan lo peor del mainstream americano actual. Sí, claro que tienen alguna que otra cosa a favor como el manejo del ritmo (es imposible aburrirse con una de Dreamworks) pero en general son películas que apelan siempre a lo fácil y más básico. Lo primero que salta a la vista de una película de Dreamworks es el uso constante y reiterativo del slapstick; gran cantidad de los chistes dependen de caídas y golpes que, a diferencia de las mejores tradiciones del humor físico (ya sea en la época muda con Chaplin o Keaton como en la modernidad como Jerry Lewis o Adam Sandler) el gag se ve siempre forzado, sobreexplotado, como tratando de tapar los problemas de guión para construir el humor. El otro recurso cómico muy común en las películas de Dreamworks es lo escatológico: los personajes suelen hablar de ir al baño, vomitan o se tiran pedos (ver especialmente a Stella en Vecinos invasores) pero como siempre estamos frente a productos pensados para un consumo masivo y que apuntan a la familia, lo escatológico se queda solamente en eso, en un amague; los chistes nunca son llevados hasta los límites de lo asqueroso o lo políticamente incorrecto y no pasan de ser un recurso fácil y muy poco arriesgado.
Otra cosa tiene que ver con la forma en que las películas hablan al espectador: los largos de animación de Dreamworks tienen los peores tics del cine actual, a saber el cancherismo y el guiño. Películas como Shrek y Kung Fu Panda no solamente parodian, también se burlan con saña de sus historias y personajes (ver como tratan los cuentos de hadas la primera y el género de artes marciales y la cultura oriental la segunda) y además, para poder entablar esa relación cínica con el público, las películas se la pasan repartiendo guiños a la cultura popular (sobre todo a los tanques cinematográficos y la televisión) de manera automática y poco elaborada, como buscando una empatía con el espectador que la historia, los personajes y la puesta en escena no son capaces de conseguir.
A todo esto podríamos agregar la costumbre de las películas de Dreamworks de bombardear al público con una enorme cantidad de planos, colores, movimientos de cámara, elementos en el plano, etc. Pareciera que películas como Shrek no podrían sostenerse sin toda esta artillería visual, como si detrás de la velocidad, el brillo y el impacto cromático no quedara demasiado para ver. En este sentido, y haciendo un uso bastante apurado del término, las películas de Dreamworks (especialmente si las comparamos con las de Pixar) parecen verdaderamente cine “infantil”. Y cuando digo infantil no pienso en un cine dirigido a público muy joven, sino a uno adolescente o adulto que ya no quiere que las películas sean demasiado complicadas; un espectador que se conforma con películas que lo saturan de imágenes rápidas y coloridas y que no se pregunta por la densidad de los personajes, los conflictos o la mirada del mundo que puede tener una película. En la función de Kung Fu Panda (un viernes a las 21) casi no había chicos, y gran parte de las carcajadas venía de gente adulta.
Kung Fu Panda tiene todos y cada uno de los problemas que vengo diciendo. También tiene algunos méritos, como la secuencia inicial animada en 2D (uno de los mejores momentos de la película) y alguna de las escenas de pelea, donde toda la parafernalia visual sí funciona y está justificada desde lo que se cuenta. Pero fuera de esto, Kung Fu Panda (como toda película de Dreamworks que se precie) apela a las emociones más básicas y de la forma más cuadrada posible.
AVISO
Hola, cómo va. Seguramente habrán notado que hace varios días (más de diez) no actualizo el blog, algo raro si tenemos en cuenta que venía subiendo textos bastante seguido. La cuestión que es que hace algún tiempo que venimos tramando con el amigo Villarino y algunas personas más la idea de empezar un sitio de crítica de cine, que esté dedicado sobre todo a los estrenos pero que también tenga lugar para otras cosas, como discos, libros, cómic, etc. Después de varios días de pruebas y correcciones, y aunque todavía falta pulir varias cosas, ya puedo decir que el sitio está listo para ser visitado. Acá les dejo el link:
www.cinemarama.wordpress.com
Por ahora tengo pensado dedicarme de lleno a este nuevo proyecto, aunque voy a tratar de actualizar de forma esporádica Cine Mifune.
Los esperamos en el nuevo Cinemarama.
Saludos a todos.
www.cinemarama.wordpress.com
Por ahora tengo pensado dedicarme de lleno a este nuevo proyecto, aunque voy a tratar de actualizar de forma esporádica Cine Mifune.
Los esperamos en el nuevo Cinemarama.
Saludos a todos.
domingo, 13 de julio de 2008
jueves, 10 de julio de 2008
Extranjera (Argentina - 2007)
Dirección: Inés De Oliveira Cézar
Guión: Inés De Oliveira Cézar, Sergio Wolf
Intérpretes: Carlos Portaluppi, Agustina Muñoz, Eva Bianco, Aymará Rovera, Agustín Rittano, Maciej Robakiewicz
Fotografía: Gerardo Silvatici
Edición: Ana Poliak
Música: Martin Pavlovsky
Duración: 80 minutos
Una de “contemplación”. En realidad no es muy difícil hacer una película con una gran cantidad de planos quietos, de silencios, con poco o nada de acción, cargada de lo que allá lejos y hace tiempo se llamaba tiempos muertos. No es tan difícil. Se me vienen a la mente algunos estrenos recientes que, desde géneros y posturas muy diferentes, apuestan a dejar de lado la acción en favor de la construcción de climas y una puesta en escena que podríamos llamar, a falta de un termino más concreto, contemplativa. Pienso, por ejemplo, en Cordero de Dios y Lluvia, dos películas muy distintas y con valores más o menos discutibles que se parecen en la manera en que construyen sus mundos; desde un punto de vista centrado en la observación y los silencios narrativos. Estas dos películas (para mi gusto algo fallidas, sobre todo Lluvia) se parecen, por lo menos en este sentido, a Extranjera. Pero Inés de Oliveira Cézar no se queda en el costado meramente contemplativo de la película; Extranjera es mucho más que una película con tiempos muertos; al contrario que Lluvia y Cordero de Dios, que se sirven de la contemplación para rellenar huecos, para tapar problemas.
Por eso decía que, por lo menos en teoría, no es tan difícil hacer una película "contemplativa". Lo difícil es mantener el interés durante toda la película sin recurrir a los mecanismos narrativos y formales tradicionales. Extranjera hace esto muy bien; el relato, a pesar de lo reducido y elíptico, nunca decae incluso en las escenas donde no hay diálogos o no pasa nada, y todo el silencio y la falta de acción ayudan a crear un suspenso que va aumentando a medida que avanza la película. A diferencia de las películas de Sharunas Bartas, del que pueden sentirse ecos muy fuertes en Extranjera (en especial de Freedom, que también transcurre en un paisaje desértico), donde el suspenso es algo imposible porque no hay prácticamente ninguna información sobre los personajes que no dependa de la imagen, Inés de Oliveira Cézar se arriesga a tomar un esquema estético similar, árido y poco propicio para narrar, y se las arregla para contar; aunque sea mínimamente, pero contar al fín.
A Extranjera solamente se le pueden reprochar la exageración de los gestos de Carlos Portaluppi, que más allá de cierto exceso está muy bien aprovechado en toda su enormidad física casi wellesiana, y también se le pueden hacer algunos achaques al final de la película; por lo abrupto de la resolución y por el último plano, que parece algo cómodo y no cuaja con el tono de la película. Fuera de esto, Extranjera es un estreno poco común, con una propuesta narrativa y estética muy bien lograda y que trae un poco de aire a la cartelera de estas semanas.
Guión: Inés De Oliveira Cézar, Sergio Wolf
Intérpretes: Carlos Portaluppi, Agustina Muñoz, Eva Bianco, Aymará Rovera, Agustín Rittano, Maciej Robakiewicz
Fotografía: Gerardo Silvatici
Edición: Ana Poliak
Música: Martin Pavlovsky
Duración: 80 minutos
Una de “contemplación”. En realidad no es muy difícil hacer una película con una gran cantidad de planos quietos, de silencios, con poco o nada de acción, cargada de lo que allá lejos y hace tiempo se llamaba tiempos muertos. No es tan difícil. Se me vienen a la mente algunos estrenos recientes que, desde géneros y posturas muy diferentes, apuestan a dejar de lado la acción en favor de la construcción de climas y una puesta en escena que podríamos llamar, a falta de un termino más concreto, contemplativa. Pienso, por ejemplo, en Cordero de Dios y Lluvia, dos películas muy distintas y con valores más o menos discutibles que se parecen en la manera en que construyen sus mundos; desde un punto de vista centrado en la observación y los silencios narrativos. Estas dos películas (para mi gusto algo fallidas, sobre todo Lluvia) se parecen, por lo menos en este sentido, a Extranjera. Pero Inés de Oliveira Cézar no se queda en el costado meramente contemplativo de la película; Extranjera es mucho más que una película con tiempos muertos; al contrario que Lluvia y Cordero de Dios, que se sirven de la contemplación para rellenar huecos, para tapar problemas.
Por eso decía que, por lo menos en teoría, no es tan difícil hacer una película "contemplativa". Lo difícil es mantener el interés durante toda la película sin recurrir a los mecanismos narrativos y formales tradicionales. Extranjera hace esto muy bien; el relato, a pesar de lo reducido y elíptico, nunca decae incluso en las escenas donde no hay diálogos o no pasa nada, y todo el silencio y la falta de acción ayudan a crear un suspenso que va aumentando a medida que avanza la película. A diferencia de las películas de Sharunas Bartas, del que pueden sentirse ecos muy fuertes en Extranjera (en especial de Freedom, que también transcurre en un paisaje desértico), donde el suspenso es algo imposible porque no hay prácticamente ninguna información sobre los personajes que no dependa de la imagen, Inés de Oliveira Cézar se arriesga a tomar un esquema estético similar, árido y poco propicio para narrar, y se las arregla para contar; aunque sea mínimamente, pero contar al fín.
A Extranjera solamente se le pueden reprochar la exageración de los gestos de Carlos Portaluppi, que más allá de cierto exceso está muy bien aprovechado en toda su enormidad física casi wellesiana, y también se le pueden hacer algunos achaques al final de la película; por lo abrupto de la resolución y por el último plano, que parece algo cómodo y no cuaja con el tono de la película. Fuera de esto, Extranjera es un estreno poco común, con una propuesta narrativa y estética muy bien lograda y que trae un poco de aire a la cartelera de estas semanas.
lunes, 7 de julio de 2008
Hancock (Hancock - Estados Unidos - 2008)
Dirección: Peter Berg
Guión: Vincent Ngo, Vince Gilligan
Intérpretes: Will Smith, Charlize Theron, Jason Bateman, Eddie Marsan, Valerie Azlynn, Hayley Stephen Bishop
Fotografía: Tobias Schliessler
Edición: Colby Parker Jr, Paul Rubell
Música: John Powell
Duración: 92 minutos
La película partida en dos. Ya desde los avances la premisa de Hancock es la de una película que trabaja un género (las películas de superhéroes) desde un lugar distinto, más autoconsciente y políticamente incorrecto. John Hancock es un superhéroe borracho, sucio, grosero con las mujeres y no tiene ningún plan para el futuro ni un deseo altruista de hacer el bien. Bueno, algo de lo último sí lo tiene, de hecho la película va dándole vueltas al porqué del accionar del héroe; Hancock, que se lleva bastante mal con los medios y el público en general, no tiene porqué ayudar a capturar a unos ladrones de un banco que se fugan en una camioneta, sin embargo, después de que un nene muy chico se lo pida (primero bien y después bastante mal) Hancock finalmente se levanta del banquito de la vereda y sale en busca de los delincuentes. Este dilema moral, nunca subrayado y siempre dibujado con sutileza, es uno de los puntos fuertes de la primera mitad de la película.
Otro punto fuerte es el juego con las convenciones del género. Peter Berg aprovecha para darle un giro a muchos códigos de las películas de superhéroes como la pulcritud del personaje (Superman, Batman, Daredevil, Spiderman, etc, son todos personajes responsables y limpios, “aseados”) la relación que mantiene con la sociedad y con las fuerzas del orden, la galantería del héroe con la chica de turno, etc. El ritmo de esta primera mitad es muy bueno; los gags se complementan con las escenas de acción y Berg termina pergeñando uno de los mejores comienzos del año. Hasta que el primer conflicto claro se resuelve y el guión pega un volantazo para el lado de la comedia romántica y el drama de pareja (o “comedia dramática”, ese pseudo género que nadie se anima a definir bien).
En la segunda mitad el tono de Hancock cambia radicalmente, y la película se estanca cuando adhiere plenamente a lo que antes, en la primera parte, miraba con suspicacia y burla: los géneros. Esta parte ya no muestra una toma de posición crítica frente al género, sino que lo que hace es jugarse de lleno primero por la comedia de pareja y después por el drama. Hancock pierde toda la inteligencia y el ritmo que hacían de la primera parte una parodia tan efectiva, y la película se desbanda en medio de momentos de solemnidad y sacrificios gravísimos.
Es imposible no preguntarse cómo hubiera sido Hancock si la segunda parte hubiera mantenido el tono de la primera; probablemente sería una de las películas del año, porque además del trabajo con el género de superhéroes y la comedia el personaje de Will Smith es grueso, pero grueso en un sentido más bien físico, grande y torpe, sin la gracia en los movimientos (o en los diálogos, o en las ideas) de otros personajes basados en cómics como los nombrados antes. Hancock pudo haber sido uno de los tanques con más gancho y más ideas de todo el año, pero en lugar de eso termina pareciendo otro exponente acartonado de la solemnidad propia del peor cine mainstream actual.
Guión: Vincent Ngo, Vince Gilligan
Intérpretes: Will Smith, Charlize Theron, Jason Bateman, Eddie Marsan, Valerie Azlynn, Hayley Stephen Bishop
Fotografía: Tobias Schliessler
Edición: Colby Parker Jr, Paul Rubell
Música: John Powell
Duración: 92 minutos
La película partida en dos. Ya desde los avances la premisa de Hancock es la de una película que trabaja un género (las películas de superhéroes) desde un lugar distinto, más autoconsciente y políticamente incorrecto. John Hancock es un superhéroe borracho, sucio, grosero con las mujeres y no tiene ningún plan para el futuro ni un deseo altruista de hacer el bien. Bueno, algo de lo último sí lo tiene, de hecho la película va dándole vueltas al porqué del accionar del héroe; Hancock, que se lleva bastante mal con los medios y el público en general, no tiene porqué ayudar a capturar a unos ladrones de un banco que se fugan en una camioneta, sin embargo, después de que un nene muy chico se lo pida (primero bien y después bastante mal) Hancock finalmente se levanta del banquito de la vereda y sale en busca de los delincuentes. Este dilema moral, nunca subrayado y siempre dibujado con sutileza, es uno de los puntos fuertes de la primera mitad de la película.
Otro punto fuerte es el juego con las convenciones del género. Peter Berg aprovecha para darle un giro a muchos códigos de las películas de superhéroes como la pulcritud del personaje (Superman, Batman, Daredevil, Spiderman, etc, son todos personajes responsables y limpios, “aseados”) la relación que mantiene con la sociedad y con las fuerzas del orden, la galantería del héroe con la chica de turno, etc. El ritmo de esta primera mitad es muy bueno; los gags se complementan con las escenas de acción y Berg termina pergeñando uno de los mejores comienzos del año. Hasta que el primer conflicto claro se resuelve y el guión pega un volantazo para el lado de la comedia romántica y el drama de pareja (o “comedia dramática”, ese pseudo género que nadie se anima a definir bien).
En la segunda mitad el tono de Hancock cambia radicalmente, y la película se estanca cuando adhiere plenamente a lo que antes, en la primera parte, miraba con suspicacia y burla: los géneros. Esta parte ya no muestra una toma de posición crítica frente al género, sino que lo que hace es jugarse de lleno primero por la comedia de pareja y después por el drama. Hancock pierde toda la inteligencia y el ritmo que hacían de la primera parte una parodia tan efectiva, y la película se desbanda en medio de momentos de solemnidad y sacrificios gravísimos.
Es imposible no preguntarse cómo hubiera sido Hancock si la segunda parte hubiera mantenido el tono de la primera; probablemente sería una de las películas del año, porque además del trabajo con el género de superhéroes y la comedia el personaje de Will Smith es grueso, pero grueso en un sentido más bien físico, grande y torpe, sin la gracia en los movimientos (o en los diálogos, o en las ideas) de otros personajes basados en cómics como los nombrados antes. Hancock pudo haber sido uno de los tanques con más gancho y más ideas de todo el año, pero en lugar de eso termina pareciendo otro exponente acartonado de la solemnidad propia del peor cine mainstream actual.
domingo, 6 de julio de 2008
1973, un grito de corazón (Argentina - 2007)
Dirección: Liliana Mazure
Guión: Lliana Mazure
Intérpretes: Piero Anselmi, Juan Martín Otegui, Fernando Ganino, Luciano Furio, Carlos Echevarría
Fotografía: Sergio Dotta
Duración: 101 minutos
Es raro ver una película que se dedica casi exclusivamente a elogiar a una generación. No a un gobierno, un movimiento político o un grupo social, sino una generación, con toda la vastedad que esto implica. Es raro también que muchas de las personas que estuvieron ligadas de una u otra forma a los movimientos revolucionarios en los 60 y principios de los 70 casi nunca hablen de sí mismos como grupo sino como generación, sin buscar diferenciarse del resto de la juventud política y estudiantil que no compartía sus consignas o que directamente estaba en las antípodas. Parece que en los 60 solamente había obreros y estudiantes por un lado, y clase media y militares por el otro. Este es uno de los problemas de 1973, un grito de corazón, que no se pregunta con demasiada profundidad por la época y sus conflictos; apenas tiene delimitados un par de actores sociales bien diferentes, arma y apuntala desde ahí el discurso político de casi dos décadas de la vida de la Argentina. Y no está mal la elección, pero la simpleza y la chatura con que la película trata de dibujar algunos choques ideológicos hacen de 1973... un paneo demasiado rápido y superficial como para generar interés.
El otro problema son los momentos de ficción con que se ilustran los testimonios de los entrevistados. Cada escena de época deja ver los peores vicios de una puesta en escena que tiene bastante de estética publicitaria; mucho brillo lustroso, una cantidad de cámaras y de planos que más que agregar riqueza a la construcción de la escena restan dinamismo, y los diálogos y las actuaciones (sobre todo en las escenas “serias”, donde los personajes discuten y se “dan cuenta” de algo) rayan la parodia y la estupidez a cada rato. Hay momentos en que parece que se estuviera viendo una propaganda de Coca Cola ambientada en los 60.
Y para terminar, volvamos brevemente al principio del texto. 1973... toca una buena cantidad de temas: golpes militares, Perón y el pueblo que lo sigue, los grupos revolucionarios latinoamericanos, el Che y Cuba (acá hay que darle algo de crédito a Liliana Mazure por no poner ninguna imagen del cadáver del Che cuando se habla de su muerte; un lugar común esquivado oportunamente), la fuga de Trelew, el recrudecimiento de la dictadura que llegaría en el 76 (tema con el que la película no se mete de lleno), etc. Son una buena cantidad de temas; sin embargo, Mazure se las ingenia no solamente para saltar de un tema a otro muy rápidamente (hasta los testimonios están bastante cortados, lo que le da a la película un tono muy fuerte de documental para televisión) sino también para volver siempre al verdadero foco de la película; la generación de esas décadas. Repito, me parece una decisión poco común y bastante a trasmano de los documentales de este tipo, que por lo general suelen abordar distintas épocas y movimientos políticos para meterse tangencialmente con las generaciones que los sostienen, y casi nunca al revés. Lástima que 1973... no se tome el tiempo necesario para contar su historia y esté siempre pasando de un momento histórico a otro con tanta velocidad y tanta chatura en la manera de abordar los conflictos ideológicos y políticos.
Guión: Lliana Mazure
Intérpretes: Piero Anselmi, Juan Martín Otegui, Fernando Ganino, Luciano Furio, Carlos Echevarría
Fotografía: Sergio Dotta
Duración: 101 minutos
Es raro ver una película que se dedica casi exclusivamente a elogiar a una generación. No a un gobierno, un movimiento político o un grupo social, sino una generación, con toda la vastedad que esto implica. Es raro también que muchas de las personas que estuvieron ligadas de una u otra forma a los movimientos revolucionarios en los 60 y principios de los 70 casi nunca hablen de sí mismos como grupo sino como generación, sin buscar diferenciarse del resto de la juventud política y estudiantil que no compartía sus consignas o que directamente estaba en las antípodas. Parece que en los 60 solamente había obreros y estudiantes por un lado, y clase media y militares por el otro. Este es uno de los problemas de 1973, un grito de corazón, que no se pregunta con demasiada profundidad por la época y sus conflictos; apenas tiene delimitados un par de actores sociales bien diferentes, arma y apuntala desde ahí el discurso político de casi dos décadas de la vida de la Argentina. Y no está mal la elección, pero la simpleza y la chatura con que la película trata de dibujar algunos choques ideológicos hacen de 1973... un paneo demasiado rápido y superficial como para generar interés.
El otro problema son los momentos de ficción con que se ilustran los testimonios de los entrevistados. Cada escena de época deja ver los peores vicios de una puesta en escena que tiene bastante de estética publicitaria; mucho brillo lustroso, una cantidad de cámaras y de planos que más que agregar riqueza a la construcción de la escena restan dinamismo, y los diálogos y las actuaciones (sobre todo en las escenas “serias”, donde los personajes discuten y se “dan cuenta” de algo) rayan la parodia y la estupidez a cada rato. Hay momentos en que parece que se estuviera viendo una propaganda de Coca Cola ambientada en los 60.
Y para terminar, volvamos brevemente al principio del texto. 1973... toca una buena cantidad de temas: golpes militares, Perón y el pueblo que lo sigue, los grupos revolucionarios latinoamericanos, el Che y Cuba (acá hay que darle algo de crédito a Liliana Mazure por no poner ninguna imagen del cadáver del Che cuando se habla de su muerte; un lugar común esquivado oportunamente), la fuga de Trelew, el recrudecimiento de la dictadura que llegaría en el 76 (tema con el que la película no se mete de lleno), etc. Son una buena cantidad de temas; sin embargo, Mazure se las ingenia no solamente para saltar de un tema a otro muy rápidamente (hasta los testimonios están bastante cortados, lo que le da a la película un tono muy fuerte de documental para televisión) sino también para volver siempre al verdadero foco de la película; la generación de esas décadas. Repito, me parece una decisión poco común y bastante a trasmano de los documentales de este tipo, que por lo general suelen abordar distintas épocas y movimientos políticos para meterse tangencialmente con las generaciones que los sostienen, y casi nunca al revés. Lástima que 1973... no se tome el tiempo necesario para contar su historia y esté siempre pasando de un momento histórico a otro con tanta velocidad y tanta chatura en la manera de abordar los conflictos ideológicos y políticos.
viernes, 4 de julio de 2008
El fin de los tiempos (The Happening - Estados Unidos, India - 2008)
Dirección: M. Night Shyamalan
Guión: M. Night Shyamalan
Intérpretes: Mark Walhberg, Zooey Deschanel, John Leguizamo, Ashley Sanchez, Spencer Breslin, Betty Buckley
Duración: 90 minutos
Shyamalan encontró una fórmula, un conflicto y una forma de contarlo que, más allá de algunas variaciones, repite en casi todas sus películas. En este sentido, a Shyamalan le cabe muy bien el mote de autor, porque tiene un universo reconocible, una puesta en escena y una mirada del mundo personales que pueden rastrearse en toda su obra. Además, el indio escribe y produce prácticamente todas sus películas. En todo caso, el hecho de que Shyamalan pueda ser considerado un autor, más que hablar bien de él, parece dar cuenta del desgaste del término (la “inflación” de la que hablaba Godard) y de la falta de límites y alcances claros del autorismo como teoría en la actualidad. Pero esta discusión es para otro momento; por ahora quedémonos con Shyamalan autor.
El juego del miedo. Hay un conflicto que siempre se repite en las películas de Shyamalan; una comunidad que sufre una amenaza del exterior. En Señales (los extraterrestres), El protegido (los malhechores), La aldea (los monstruos falsos), La dama en el agua (el scrunt) y El fin de los tiempos (la naturaleza, las plantas), se repite siempre el mismo esquema del grupo que sufre una amenaza que viene desde afuera, que no forma parte del mismo ambiente que los personajes. Sin ponernos muy psicologistas, creo que es válido decir que Shyamalan, como muchos directores del momento, pero más que ningún otro, está maniobrando y tironeando de los miedos de una época; mejor, de una civilización y una cultura, la occidental. No es coincidencia que la primer película de Shyamalan que plantea este tipo de conflicto sea Señales, que fue estrenada en 2002 cuando empezaba el pico de paranoia terrorista en Estados Unidos y gran parte de Europa. Desde Señales a esta parte, la obra de Shyamalan, con algún que otro punto fuerte es una repetición constante de una fórmula concreta disfrazada con historias diferentes.
Shyamalan nunca entendió de sutilezas, y en EfdlT se le cayó la careta. Uno de los casos más raros e inentendibles de director pésimo que es defendido a rajatabla por la cinefilia y cierta crítica mainstream, Shyamalan pudo convencer a sus seguidores de que sus películas son sutiles y están cargadas de sensibilidad. ¿Cómo hizo esto? Principalmente a través de un solo recurso: el dejar en off algunas escenas violentas o con sangre. Cualquier momento que pudiera resultar truculento (salvo quizás por la muerte de la esposa de Mel Gibson en Señales) es rápidamente relegado al fuera de campo por Shyamalan. Y los fans del director creen que, cual máxima irreprochable, este procedimiento es sinónimo de buen gusto, de sofisticación, de inteligencia cinematográfica. Cuando en realidad este acto de no mostrar pareciera más un gesto vacío e inútil cuando menos, o de incapacidad y cobardía a lo sumo; de tanto ocultar a veces se termina escamoteando. Bueno, en EfdlT se pueden ver muertes de varias maneras distintas, incluso hay dos personajes muy jóvenes que mueren por un disparo de escopeta efectuado a unos pocos centímetros y en cámara lenta. Lo mejor de todo (o lo peor) es que las muertes son lo más divertido de la película; cuando llegada la media hora los personajes y sus problemas empiezan a aburrir, uno no puede menos que esperar con ansiedad la próxima seguidilla de muertes. Estas imágenes eran algo impensado en las películas anteriores de Shyamalan; en EfdlT no tuvo más remedio que perder esa supuesta sofisticación, o, pensándolo bien, es probable que Shyamalan esté tratando de hacerse el moderno y jugar con referencias a su propia obra (“nunca mostré nada, ahora te pongo toda la carne al asador”). Después de todo, el indio siempre apostó a construir de sí mismo una imagen de director con perfil autoconsciente, por eso aparece en todas sus películas (menos en Wide Awake) y por eso el personaje del crítico en La dama en el agua.
Y siguiendo con la cuestión de lo sutil y lo sofisticado, ¿se fijaron que todas las películas de Shyamalan están protagonizadas o coprotagonizadas por chicos muy chicos? Ya su segunda película, Wide Awake, cuenta la historia de un chico que, después de morir su abuelo, decide empezar a buscar a Dios (sí, así). El cine de Shyamalan, ¿es tan básico en los temas que trata y en la forma de abordarlos, que también tiene que recurrir al uso indiscriminado e inmoral de chicos? No quiero caer en el lugar común de citar a Truffaut diciendo que hay cosas en el cine, como los nenes o los gatitos, que en el noventa y nueve por ciento de las veces son usados para conquistar fácilmente al público, ya sea con sonrisas o lágrimas, y que son recursos que ponen en evidencia al realizador en todo su miserabilismo. Pero sí, se me viene a la cabeza esa idea de Truffaut, y pienso en la cantidad de primeros planos que escudriñan a más no poder la cara de Ashlyn Sanchez, la nena de turno en EfdlT. Y también pienso que, a medida que pasa el tiempo y las películas, Shyamalan es cada vez más un director nefasto, y sus películas, además de feas, torpes y aburridas, son cada día más aborrecibles.
PD: Este texto iba a ser una crítica de EfdlT, pero la película me pareció tan poco interesante para escribir que la crítica terminó siendo una excusa para pegarle a Shyamalan.
PD2: tan grosero son los guiones de Shyamalan que Elliot Moore, el personaje de Mark Wahlberg en EfdlT, un científico y profesor de ciencias naturales, dice en uno de sus primeros diálogos que “hay misterios de la naturaleza que nunca llegaremos a comprender...”.
PD3: me tomo el atrevimiento de pegar un comentario de un espectador sobre la película que hay en el sitio de La Nación, después de la “crítica” de Adolfo C. Martínez:
shyamalan no hace películas de terror, expresa principios espirituales. A los seguidores de él, lo van a entender... a los demas, vayan a ver "el dia despues de mañana", saludos
PD4: Sexto sentido es defendible, El protegido es una gran película. Las dos son anteriores a Señales.
Guión: M. Night Shyamalan
Intérpretes: Mark Walhberg, Zooey Deschanel, John Leguizamo, Ashley Sanchez, Spencer Breslin, Betty Buckley
Duración: 90 minutos
Shyamalan encontró una fórmula, un conflicto y una forma de contarlo que, más allá de algunas variaciones, repite en casi todas sus películas. En este sentido, a Shyamalan le cabe muy bien el mote de autor, porque tiene un universo reconocible, una puesta en escena y una mirada del mundo personales que pueden rastrearse en toda su obra. Además, el indio escribe y produce prácticamente todas sus películas. En todo caso, el hecho de que Shyamalan pueda ser considerado un autor, más que hablar bien de él, parece dar cuenta del desgaste del término (la “inflación” de la que hablaba Godard) y de la falta de límites y alcances claros del autorismo como teoría en la actualidad. Pero esta discusión es para otro momento; por ahora quedémonos con Shyamalan autor.
El juego del miedo. Hay un conflicto que siempre se repite en las películas de Shyamalan; una comunidad que sufre una amenaza del exterior. En Señales (los extraterrestres), El protegido (los malhechores), La aldea (los monstruos falsos), La dama en el agua (el scrunt) y El fin de los tiempos (la naturaleza, las plantas), se repite siempre el mismo esquema del grupo que sufre una amenaza que viene desde afuera, que no forma parte del mismo ambiente que los personajes. Sin ponernos muy psicologistas, creo que es válido decir que Shyamalan, como muchos directores del momento, pero más que ningún otro, está maniobrando y tironeando de los miedos de una época; mejor, de una civilización y una cultura, la occidental. No es coincidencia que la primer película de Shyamalan que plantea este tipo de conflicto sea Señales, que fue estrenada en 2002 cuando empezaba el pico de paranoia terrorista en Estados Unidos y gran parte de Europa. Desde Señales a esta parte, la obra de Shyamalan, con algún que otro punto fuerte es una repetición constante de una fórmula concreta disfrazada con historias diferentes.
Shyamalan nunca entendió de sutilezas, y en EfdlT se le cayó la careta. Uno de los casos más raros e inentendibles de director pésimo que es defendido a rajatabla por la cinefilia y cierta crítica mainstream, Shyamalan pudo convencer a sus seguidores de que sus películas son sutiles y están cargadas de sensibilidad. ¿Cómo hizo esto? Principalmente a través de un solo recurso: el dejar en off algunas escenas violentas o con sangre. Cualquier momento que pudiera resultar truculento (salvo quizás por la muerte de la esposa de Mel Gibson en Señales) es rápidamente relegado al fuera de campo por Shyamalan. Y los fans del director creen que, cual máxima irreprochable, este procedimiento es sinónimo de buen gusto, de sofisticación, de inteligencia cinematográfica. Cuando en realidad este acto de no mostrar pareciera más un gesto vacío e inútil cuando menos, o de incapacidad y cobardía a lo sumo; de tanto ocultar a veces se termina escamoteando. Bueno, en EfdlT se pueden ver muertes de varias maneras distintas, incluso hay dos personajes muy jóvenes que mueren por un disparo de escopeta efectuado a unos pocos centímetros y en cámara lenta. Lo mejor de todo (o lo peor) es que las muertes son lo más divertido de la película; cuando llegada la media hora los personajes y sus problemas empiezan a aburrir, uno no puede menos que esperar con ansiedad la próxima seguidilla de muertes. Estas imágenes eran algo impensado en las películas anteriores de Shyamalan; en EfdlT no tuvo más remedio que perder esa supuesta sofisticación, o, pensándolo bien, es probable que Shyamalan esté tratando de hacerse el moderno y jugar con referencias a su propia obra (“nunca mostré nada, ahora te pongo toda la carne al asador”). Después de todo, el indio siempre apostó a construir de sí mismo una imagen de director con perfil autoconsciente, por eso aparece en todas sus películas (menos en Wide Awake) y por eso el personaje del crítico en La dama en el agua.
Y siguiendo con la cuestión de lo sutil y lo sofisticado, ¿se fijaron que todas las películas de Shyamalan están protagonizadas o coprotagonizadas por chicos muy chicos? Ya su segunda película, Wide Awake, cuenta la historia de un chico que, después de morir su abuelo, decide empezar a buscar a Dios (sí, así). El cine de Shyamalan, ¿es tan básico en los temas que trata y en la forma de abordarlos, que también tiene que recurrir al uso indiscriminado e inmoral de chicos? No quiero caer en el lugar común de citar a Truffaut diciendo que hay cosas en el cine, como los nenes o los gatitos, que en el noventa y nueve por ciento de las veces son usados para conquistar fácilmente al público, ya sea con sonrisas o lágrimas, y que son recursos que ponen en evidencia al realizador en todo su miserabilismo. Pero sí, se me viene a la cabeza esa idea de Truffaut, y pienso en la cantidad de primeros planos que escudriñan a más no poder la cara de Ashlyn Sanchez, la nena de turno en EfdlT. Y también pienso que, a medida que pasa el tiempo y las películas, Shyamalan es cada vez más un director nefasto, y sus películas, además de feas, torpes y aburridas, son cada día más aborrecibles.
PD: Este texto iba a ser una crítica de EfdlT, pero la película me pareció tan poco interesante para escribir que la crítica terminó siendo una excusa para pegarle a Shyamalan.
PD2: tan grosero son los guiones de Shyamalan que Elliot Moore, el personaje de Mark Wahlberg en EfdlT, un científico y profesor de ciencias naturales, dice en uno de sus primeros diálogos que “hay misterios de la naturaleza que nunca llegaremos a comprender...”.
PD3: me tomo el atrevimiento de pegar un comentario de un espectador sobre la película que hay en el sitio de La Nación, después de la “crítica” de Adolfo C. Martínez:
shyamalan no hace películas de terror, expresa principios espirituales. A los seguidores de él, lo van a entender... a los demas, vayan a ver "el dia despues de mañana", saludos
PD4: Sexto sentido es defendible, El protegido es una gran película. Las dos son anteriores a Señales.
miércoles, 2 de julio de 2008
Café de los maestros (Argentina, Brasil, Estados Unidos - 2008)
Dirección: Miguel Kohan
Guión: Tom Astle, Matt Ember
Intérpretes: Mariano Mores, Leopoldo Federico, Ernesto Baffa, Atilio Stampone, Emilio Balcarce, José Libertella, Virginia Luque, Alberto Podestá, Lágrima Ríos, Horacio Salgán.
Duración: 91 minutos
(Tuve que poner el afiche que hay en cinesargentinos.com porque no encontré otro)
Lugares comunes. El tango es un tema. En los medios, en el imaginario nacional, en el cine. Parece que no se puede hablar mal del tango; sería como hablar mal de San Martin o la bandera. A lo sumo, algún porfiado puede animarse de tanto en tanto a pegarle a Piazzola, pero en ese caso no estamos ante un crítico del tango, sino más bien ante un seguidor del tango de antaño que solamente gusta de los clásicos, de lo viejo (“Piazzola no es tango”, un leitmotiv ya muy frecuentado). Tampoco puede desligarse el tango de una serie de clichés que son verdaderos lugares comunes: Buenos Aires, la calle Corrientes, la Boca, los cafés. O de un conjunto de ideas que son motivos recurrentes dentro del tango; no solamente en las letras, sino en el contexto que rodea al género. El barrio, el cabaret, las mujeres (siempre madres o prostitutas), el duelo, el juego, la nostalgia. El tango es un tema (o varios, en todo caso).
Café de los maestros cae una y otra vez en estos clichés y siempre de forma acrítica, sin reflexionar sobre nada. Algunos momentos están más logrados que otros; por ejemplo, cuando tangueros como Ernesto Baffa hablan de prostitutas y de cabarets y de cómo el tango pertenece a ese ambiente, es algo que funciona muy bien dentro de la película. Ahora, los planos de Buenos Aires repartidos por toda la película, insertados en cualquier momento y de cualquier forma, no hacen más que recordar la peor cara del tango; los lugares comunes, el costado for export de la música. La adhesión de la película a todos los clichés posibles es el peor lastre de Café de los maestros.
Por una cabeza. Además, la película tiene algunos problemas que terminan arruinando un poco el resultado final. Uno (menor) es Santaolalla, que se lo ve forzadísimo e impostado tratando de compartir los códigos de los tangueros. Otro (muy grave) es la elección de dedicarle muy poco tiempo al concierto homónimo que se dio en el Colón algunos años atrás, en favor de los testimonios individuales y la grabación del disco doble. El concierto llega sobre el final, muy ajustado, y con tan poco tiempo que, después de escuchar una o dos canciones enteras (momentos de una majestuosidad musical increíble, potenciado todo por la gran calidad de sonido de la película) empiezan los cortes abruptos, cada artista está en escena apenas unos segundos, y la película termina enseguida. ¿En qué cabeza cabe que alguien prefiera dedicarle tanto tiempo a los planos bonitos y siempre con un dejo nostálgico de Buenos Aires, que no aportan nada y sin duda empobrecen bastante a la película, que dejar más tiempo a los músicos tocando en vivo, con todo el deleite y la fiesta que es ver (y escuchar) a esos tipos con una orquesta gigantesca de esas que ya no hay? El tango es un tema; parece que en cine también.
Ojalá se estrenara una película exclusivamente sobre el concierto en el Colón.
Guión: Tom Astle, Matt Ember
Intérpretes: Mariano Mores, Leopoldo Federico, Ernesto Baffa, Atilio Stampone, Emilio Balcarce, José Libertella, Virginia Luque, Alberto Podestá, Lágrima Ríos, Horacio Salgán.
Duración: 91 minutos
(Tuve que poner el afiche que hay en cinesargentinos.com porque no encontré otro)
Lugares comunes. El tango es un tema. En los medios, en el imaginario nacional, en el cine. Parece que no se puede hablar mal del tango; sería como hablar mal de San Martin o la bandera. A lo sumo, algún porfiado puede animarse de tanto en tanto a pegarle a Piazzola, pero en ese caso no estamos ante un crítico del tango, sino más bien ante un seguidor del tango de antaño que solamente gusta de los clásicos, de lo viejo (“Piazzola no es tango”, un leitmotiv ya muy frecuentado). Tampoco puede desligarse el tango de una serie de clichés que son verdaderos lugares comunes: Buenos Aires, la calle Corrientes, la Boca, los cafés. O de un conjunto de ideas que son motivos recurrentes dentro del tango; no solamente en las letras, sino en el contexto que rodea al género. El barrio, el cabaret, las mujeres (siempre madres o prostitutas), el duelo, el juego, la nostalgia. El tango es un tema (o varios, en todo caso).
Café de los maestros cae una y otra vez en estos clichés y siempre de forma acrítica, sin reflexionar sobre nada. Algunos momentos están más logrados que otros; por ejemplo, cuando tangueros como Ernesto Baffa hablan de prostitutas y de cabarets y de cómo el tango pertenece a ese ambiente, es algo que funciona muy bien dentro de la película. Ahora, los planos de Buenos Aires repartidos por toda la película, insertados en cualquier momento y de cualquier forma, no hacen más que recordar la peor cara del tango; los lugares comunes, el costado for export de la música. La adhesión de la película a todos los clichés posibles es el peor lastre de Café de los maestros.
Por una cabeza. Además, la película tiene algunos problemas que terminan arruinando un poco el resultado final. Uno (menor) es Santaolalla, que se lo ve forzadísimo e impostado tratando de compartir los códigos de los tangueros. Otro (muy grave) es la elección de dedicarle muy poco tiempo al concierto homónimo que se dio en el Colón algunos años atrás, en favor de los testimonios individuales y la grabación del disco doble. El concierto llega sobre el final, muy ajustado, y con tan poco tiempo que, después de escuchar una o dos canciones enteras (momentos de una majestuosidad musical increíble, potenciado todo por la gran calidad de sonido de la película) empiezan los cortes abruptos, cada artista está en escena apenas unos segundos, y la película termina enseguida. ¿En qué cabeza cabe que alguien prefiera dedicarle tanto tiempo a los planos bonitos y siempre con un dejo nostálgico de Buenos Aires, que no aportan nada y sin duda empobrecen bastante a la película, que dejar más tiempo a los músicos tocando en vivo, con todo el deleite y la fiesta que es ver (y escuchar) a esos tipos con una orquesta gigantesca de esas que ya no hay? El tango es un tema; parece que en cine también.
Ojalá se estrenara una película exclusivamente sobre el concierto en el Colón.
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